El Camino
El año
pasado, por estas fechas estábamos haciendo El Camino. El de Santiago por
supuesto, que es el camino por antonomasia. Aunque camino, cada cual tiene el
suyo propio vaya donde vaya.
¿Las
razones por las que nos decidimos a ir? No hay razones. Habrá motivaciones,
variadas desde luego. Mezcladas por supuesto. En el alberque de Ponferrada,
donde empezamos a andar, al cumplimentar la hoja de inscripción nos preguntaban
por motivaciones religiosas, deportivas, turísticas, culturales, ... pues un poco
de todo.
Es una tarea sencilla. Sólo hay que
andar. Algo que hacemos habitualmente. Pero cambia radicalmente la experiencia
cuando lo que haces durante la mayor parte del día es precisamente eso: andar.
Antes
de amanecer te cargas la mochila, acudes a un bar para desayunar bien, y vas
siguiéndoos las vieiras, o las flechas amarillas y las sutiles marcas en el
suelo. A veces no hace falta nada más que andar y seguir a otros peregrinos que
a diferentes ritmos te saludan al pasar.
A cabo
de los días no fueron llamando la atención muchas situaciones, las actitudes de
las gentes y por supuesto el tiempo y los paisajes.
Desde
luego resulta admirable que en un pabellón utilizado a modo de refugio por una
multitud durante la noche no se oigan voces, ni discusiones, y cosa más
llamativa aún, que a la mañana siguiente cuando vuelve a quedarse vacío esté
tan limpio como al principio. Sin necesidad de que hubiese nadie encargado de
ello. Todo era buena educación, cortesía y buenos modales.
Es más,
en las conversaciones que se entablan tanto aquí como a lo largo del sendero,
la primera pregunta se refiere a ¿dónde has empezado? y después de intercambiar
impresiones diversas sobre la subida a Cebreíros o al fuerte chaparrón del día
anterior, se pasa a hablar de la procedencia de cada uno. Como en realidad
importase muy poco de dónde vienes y a dónde vas. Si no más bien, ¿qué tal vas?
Somos
de los menos madrugadores, cuando salimos ya está todo despejado. Aún no ha
amanecido y en las calles están abierto los bares desde las seis de la mañana
para ofrecer el desayuno al peregrino
¿No hay
esquinces, ni torceduras? ¿Qué tal la etapa de ayer?
-En el
próximo pueblo preparan un pulpo riquísimo.
-Algo
antes de llegar a ese pueblo hay una pequeña ermita románica que es poco
conocida, pero merece la pena.
-Ah,
pues allí pararemos a descansar y dar una vuelta.
-Vamos
bien de tiempo y esta etapa parece más cómoda.
De día
en día la mochila pesa más. Pero ya estamos tan acostumbrados a ella que cuando
la sueltas parece que pierdes del equilibrio natural del cuerpo.
Si de
alguna forma hacer el camino es una gran oportunidad para aprender no sería
nada despreciable esta de considerar cuántas cosas innecesarias llevamos a
cuesta en la mochila de nuestra vida.
Distinguir
lo conveniente, de lo necesario o de lo imprescindible nos ahorraría mucho
esfuerzo y disfrutaríamos mucho más de cada detalle de nuestra existencia. Pero
eso, como dice mi hija pequeña, no se estudia. Simplemente se sabe o no se
sabe.
Terminamos
la mañana rotos, llegamos jadeantes al alberque o al pabellón deportivo para
tirar las cosas en cualquier rincón y salir ligeros al restaurante más próximo
a devorar el “menú del peregrino”. Un menú austero pero de calidad, sin lujos
pero abundante, con esa agradable atención que saben ofrecer los gallegos como
si te conociesen de toda la vida.
Después
de comer a veces más que echar una ligera siesta, te tiras al suelo, para no
tener que luchar más contra los desniveles interminables de este terreno.
La
tarde es muy agradable. Con las chancletas, sin mochila, sin prisa, con
curiosidad y con ese aire característicos de los peregrinos y la simpatía que
se despierta entre ellos paseas por el pueblo casi como un vecino más.
Te tomas un café tranquilamente,
compras algo ligero para una sencilla cena fría y pasas el tiempo de charla con
unos y con otros.
La
noche en los pabellones deportivos pasa como si estuvieses en una gran estación
de tren o en un aeropuerto. No deja de entrar y salir gente. Eso sí, casi sin
que se note.
Hay que salir abrigados, a sabiendas
de que en un par de horas habrá que cambiar el abrigo por el chubasquero.
Es
agosto, pero aquí amanece más tarde y entre brumas y nubes el sol se hace de
rogar. Enseguida aprendemos que es de agradecer que así sea, pues los ratos que
ha estado el sol fuera resulta más pesado el calor para andar.
Esta mañana ha sido preciosa, durante
más de una hora casi no veíamos a nadie por todo el camino. Un bosque espeso
con los troncos de los árboles cubiertos de musgo. Las piedras rezumando agua.
Ese intenso aroma a hierba fresca mezclado a veces con los agrios vapores del
heno fermentado tan diferente a lo que estamos acostumbrados...
Entiendo que por aquí crean en las
meigas o cualesquiera otros seres fantásticos y misteriosos. El ambiente se
presta a ello. La armonía sonora la pone también el agua en el eco profundo del
arroyo que no llega a distinguirse en la espesura.
Encorvados.
Manteniendo el ritmo para no desfalleces. Sin hablar, cada uno con sus
pensamientos y sus sensaciones. Por momentos te sientes inmerso en el terreno,
impregnado del paisaje. Envuelto por el coro de las hojas al roce del viento y
de las torrenteras entre rocas no necesitas nada más.
No hace
falta nada. Sólo andar. Andar.
Se abre
el horizonte. Llegas a lo alto. Delante se abren otros valles. Verdes. Verdes y
llenos de contrastes de luz. Las tenues y retorcidas cintas del camino a lo
lejos te ofrecen un anticipo de por dónde habrán de transcurrir las próximas
horas, o quizá el próximo día.
¿Cómo
calcular la distancia? Es la primera vez que pasamos por aquí y resulta
complicado calcular las distancias reales y sobre todo la mella que pueden hacer las cuestas en las
piernas.
Incluso
aparecen las dudas, el temor de habernos equivocado, de andar perdidos y no
saber donde estamos. Pero, a lo lejos como hormiguitas multicolores se
distingues otras mochilas, otros chubasqueros. Y enseguida nos van dando
alcance los rezagados del día mientras descansamos un poco.
Qué
alivio. Vamos bien. Es un decir vamos bien orientados y bien cansados. Pero
vamos.
-¿Por
qué me habré hecho caso de vosotros? Nos grita Rocío a la cara.
-Eso
mismo pienso yo, dice Juan Agustín con su socarronería habitual, que
desconcierta a más de uno.
-Ahora
es cuesta abajo, les digo con cierta malicia, pues sé que las cuestas abajo no
son un consuelo sino un castigo. Es cierto resulta más incómodo bajar que
subir.
Inolvidable.
La subida a Cebreiro resultó inolvidable. Era en los días siguientes la etapa
más comentada. Repechos tremendos. Aldeas pequeñas. Y ahora sin bosque
protector llegan el viento y la lluvia a darnos una gran lección de ... de lo
que cada uno quiera aprender. Humildad ante la fuerza de los elementos. Fuerza
de ánimo ante la adversidad. Resistencia a la fatiga y al dolor. Voluntad y tesón
ante la desesperación.
Aquí
las lecciones están servidas, cada uno aprende como siempre lo que puede y saca
las conclusiones que mejor le parece.
Llueve
a mares. A pesar del chubasquero llegamos empapados. Cebreíros resulta ser
menos que un pueblo, un conjunto de refugios, restaurantes, tiendas de campaña
del ejército y Cruz Roja.
Todos
están llenos. Para comer habrá que esperar algo más de una hora. Soltamos las
mochilas y hacemos averiguaciones para llegar a Piedrafita, en donde nos han
informado de que hay un polideportivos con espacio suficiente para todos.
Con esa
habitual falta de concreción nos informan muy amablemente que el autobús para
“por aquí cerca”, llegará “sobre las
cinco de la tarde”.
Fue
cierto. Llegó.
Sería
nuestra primera noche en el suelo. Lo tomamos con buen humos. Claro después de
comer y de descansar las cosas se ven de otra manera. Luego viendo las fotos
nos preguntaban que donde nos había cogido la riada que estaba tanta gente
refugiada en el polideportivo.
A veces nos sorprendíamos a
nosotros mismos dispuesto a empezar a andar al día siguiente. Pues si
terminábamos rotos... empezábamos destrozados.
Sólo hasta que te calientas. La
primera media hora es la peor. Luego te paras haces fotos.
-Mira,
una vaca.
-Mira,
un árbol.
-A ver
saca el mapa y dime cuanto falta para tomar un café y unas tostadas.
-Todavía
falta. Coge de mi mochila unas almendras y la botella del agua.
-Pero
si no tengo sed.
-Ya.
Pero así me aligeras peso.
Entre
bromas y veras, verás que van pasando los días y los kilómetros casi sin darnos
cuenta.
Ahora,
un año después, el cansancio se ha pasado; los recuerdos y las vivencias
permanecen.
¿Qué si
volveríamos?
Pues sí
claro. El problema más grande es el tiempo. Es decir, disponer de tiempo para
poder ir. Todo lo demás forma parte de la experiencia.
Tan sobrecogedor como el bosque. Tan
admirable como el románico. Tan tierno como la hierba. Así con todos esos
calificativos podías adornar las escenas de los más diversos peregrinos que te
encontrabas. Familias enteras. Grupos de personas mayores. Jóvenes de todo
pelaje. Parejas, entrañables, como aquella en la que nos llamó la atención que
la chica, con una rodillera y cojeando se apoyaba en un basta a paso lento, y a
su lado, cargado con las dos mochilas iba él, sin prisa, casi sin notar la
doble carga.
A aquel
hombre entrado en años, con ropaje humilde, zapatos de tela, y un sobrero
arrugado. Un hombre que llevaba marcado en sus andares el paso del tiempo. Le
encontraba de vez en cuando sin entender cuando habría podido adelantarnos y
dónde se alojaba.
Iba
sólo. Su semblante parecía no inmutarse por el tiempo ni por el relieve.
Mantenía un ritmo y un ánimo constantes. Iba eso sí ligero de equipaje.
Podríamos
estar hablando días y días del Camino. Hasta que volvamos. Por supuesto que nos
gustaría volver. Sólo hemos hecho una cuarta parte aproximadamente. Pero
incluso lo que hemos hecho lo repetiríamos. Es una experiencia muy interesante.
Aunque os lo cuente, lo realmente interesante es vivirlo.
–—˜™–—˜™–—˜™–—
Juan Agustín Ramos Jiménez, Rocío Calzado Montero y José María
Calzado Almodóvar.
Peregrino hace alusión a “peligro” (periculum) pero también habla de
experiencia y de aprendizaje. El peregrino será aquél que afrontando diversos
peligros transforma su experiencia en sabiduría.
Ultreia. Buen
Camino.
Xacobeo 2004.
Publicado en la Revista de la Feria de Orellana en agosto de 2005
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