
Amanece lentamente, sin prisas, sin ganas, casi sin querer. Pero amanece al fin. Desde la parte más alta del pueblo, a las afueras, mirando al río se aprecian los primeros brillos entre las nubes. Apenas se nota el viento, pero es tan frío y tan sutil, como dicen los de Madrid, que mata a un hombre y no apaga un candil.
Pero así abrigado, encogido, en silencio, parece que se agudizan más los sentidos para apreciar lo extraña y sobrecogedora que es la naturaleza. En este instante abre sus puertas y nos regala un nuevo día.
De nosotros depende lo que hagamos con él.
1 comentario:
Precioso texto el tuyo
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