Dos espadas de fuego
(siguiendo con los escritos de mi padre)
En las primeras
elecciones del cambio democrático fue un cambio tan brusco y más para un pueblo
sin experiencia comparándolo con otros países más desarrollados.
Pues no es de
extrañar que oyésemos o dijéramos cosas sin sentido.
Estaba yo tan
tranquilo contemplando los nidos de las cigüeñas de la torre sin meterme con
nadie. Había mucha gente en la plaza, y sin más ni más, alguien me voceó desde
lejos:
-Rafael, me han dicho
que tu mujer y tú habéis votado a los socialistas.
-Y a mí me han dicho
que tú has votado a los comunistas.
-¿Quién yo?
-A mí me lo han
dicho.
-¿Y quién te lo ha
dicho?
-¿Y a ti, quién te
lo ha dicho?
Me daba vergüenza
ajena andar a voces en la calle como los muchachos chicos.
Aquello no me
quitaba el sueño. Ojalá hubiese sido ese el problema más gordo que yo haya
tenido en la vida.
Pero desde luego hay
que ver que poco cuidado tenemos en controlarnos la lengua. Cuánto daño hacemos
sin darnos cuenta. ¿O dándonos?
Empezando porque yo
no tengo que consultar a nadie a quien debería votar, porque ya soy mayorcito,
o eso es lo que me creo. Además quien sabe a quién voto si ni lo digo ni lo
pregunto.
Creo eso será cuenta
de cada uno, y si el sobre va cerrado y no se clarea, como hay gente que vea
tanto y sea tan “lista” que ya sabe con lo que voy a soñar pasado mañana.
Volviendo a lo de “a
mí me han dicho” hay veces que ni viendo las cosas se pueden creer. En la
despensa de mi casa andaban unos ratones que roían todo lo que pillaban.
Pusimos una ratonera con un trocito de queso como cebo. A la mañana siguiente
cayó el primer lirón. ¡Qué raro es esto! Un lirón con dos rabos. Yo nunca había
visto un ratón con dos rabos, pero no fiándome de mí, se lo dije a mi nuera, a
mi hijo y a mi mujer. Mirad, les dije, para que no me digáis que me sueño las
cosas: un ratón con dos rabos.
Está claro dijeron
todos, el ratón tiene dos rabos.
Pero, al aflojar la
ratonera y tirar de los dos rabos salieron dos lirones. Se habían entallado los
dos roedores a coger el cebo y sólo se veía un lirón.
Para que sepamos que
ni viendo las cosas se pueden creer. Como para vocearle a un tío en medio de la
plaza con un “a mí me han dicho”.
Con razón dice
Miguel Delibes, me he pasado la mitad de la vida luchando con mentes enfermas.
Yo creo que
deberíamos preocuparnos de los que no quieren trabajar, a ver de dónde les
viene lo que se comen. Que a mí me han caído muchas gotas de sudor en la tierra
desde que tenía once años.
Este mundo nos le
hemos encontrado así, y así seguiremos por los siglos de los siglos. Porque si
hubiese habido solución, desde que el hombre puso los pies sobre la tierra ya
habría tenido tiempo para que nos
hubiéramos corregido.
Yo desde un pequeño
pueblo de Extremadura comparándolo con el resto del mundo, qué es lo que yo
puedo saber de la vida. Pero también digo que basta con la experiencia de cada
cual para darnos cuenta de cómo funciona este mundo.
El recuerdo más
desagradable y más amargo de mi vida por causa de las lenguas, no sé en
realidad la edad que yo tendría, pero no mucho más de tres o cuatro años. Lo
recuerdo perfectamente como si hubiese ocurrido ayer mañana. Mi madre estaba
enferma en la cama. Llevaba varios días enferma supongo. A mí me faltaba el
calor y el cariño de mi madre y me pasaba las horas alrededor de su cama
esperando una caricia suya.
Una mujer, imposible
recordar quién sería, llegó a visitarla. Yo estaba allí, pegado a la cama, y
sin poder tener idea de la gravedad de la enfermedad de mi madre.
Pero recuerdo el
dolor y el desgarro que me produjeron las palabras de aquella mujer, tan faltas
de la más mínima delicadeza y consideración.
“Josefa, te mueres”
Con mi corta edad
aquellas palabras restallaron como un látigo en mis oídos hiriendo profundamente
mi alma el resto de mi vida, y tengo ya más de noventa años.
Desde entonces sé
que el alma existe, porque me lo dice cada vez que lo recuerdo.
Rompí a llorar una
pena inmensa, terrible. Yo sabía muy bien por lo que lloraba.
Aquella mujer y mi
madre, sin poder siquiera imaginarlo se preguntaban: ¿Por qué llora este niño? ¿Y ese llanto a qué viene?
Aquel recuerdo me
hace pensar de lo pequeño que yo sería, que ni mi madre, ni la otra mujer
descubrieron el disgusto que yo tenía porque creían que yo era ingenuo e
inocente ante aquella situación y que por mi niñez no habría captado el sentido
de aquellas palabras.
Traspasaron mi
pequeño corazón dos espadas de fuego. Así, cuando alguien me voceó desde lejos
con un “a mí me han dicho” en medio de la plaza, aquellas palabras llegaban un
poco tardías porque mi alma y mi corazón estaban saturados con unos recuerdo y
unas heridas muy amargas desde que apenas tenía uso de razón.
Mi madre vivió hasta
los ochenta y dos años.
De estas cosas que
yo os cuento
¡han pasado tantos
años!
que la experiencia
es testigo,
y también los
desengaños.
Porque la vida es
así,
difícil, tan
embustera,
que hay más
lágrimas que hieren
que rosas en
primavera.
Un mundo que no
comprendo.
Lo bonito que sería
que a los niños
cuando nazcan
no les falte la
alegría.
Porque son seres
humanos
porque nos les falte
el pan,
para que puedan
vivir
En un mundo que haya
paz.