lunes, 31 de julio de 2017

Centenario



Centenario

Fue en 1917, a raíz de unos acontecimientos meteorológicos y la interpretación que nuestros antepasados hicieron de ellos el origen de esta fiesta, institucionalizada a partir de entonces.
Hoy día la información del tiempo es el programa más seguido en todas las cadenas. A todos preocupa porque a todos afecta, aunque no siempre nos paremos a valorar los detalles.
Cuando la economía es de subsistencia, una sola gota de agua es vital. 




Volviendo a aquel año y haciendo un esfuerzo por entender la situación en la que se malvivía por aquellas fechas y escuchando con atención los recuerdos de los mayores nos haremos una ligera idea de la situación.
Tras largos meses sin llover y sin perspectivas, el pueblo llano, con la fe del carbonero, vuelve los ojos al cielo y pone en él su destino.
Al borde de la desesperación, agotadas la paciencia y las posibilidades de que la siembra saliera adelante, sacan al Cristo en procesión el día 20 de diciembre.
Dos días después, el 22, llueve, y continúa lloviendo en abundancia.
Se recurre a las reservas de semillas rebuscadas en los últimos rincones y se vuelve a sembrar.



El año colmó las expectativas y sació las más elementales necesidades de la población.
Agradecidos deciden recordarlo y celebrarlo cada año.
La normativa litúrgica establecía que fuese el 3 de mayo o el 14 de septiembre, días en los que la iglesia celebra dos fiestas relacionadas con la cruz, la Invención de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre. Aquí se eligió, ya vemos, el 14.
Está bien recordar ahora ese refrán tan sabio que dice que las siestas se han de coger “Dese La Cruz hasta El Cristo”.
Y es este Centenario sin una buena ocasión para volver la vista atrás para ver si algo ha  cambiado, que eventos se han sucedido, incluso divagar imaginando si los acontecimiento hubieran ocurrido de otra forma, o cómo y cuánto han influido en nuestra vida. Quizá sería buen momento para plantearnos cuánto y cómo podemos influir nosotros en nuestra propia vida y todo lo que se desarrolla a nuestro alrededor.
 Como veíamos al principio debió ser aquel año muy seco, y los anteriores también. No es que sea esta tierra de muchas aguas, incluso ha habido “años malos” por exceso de lluvia o porque el agua cayó a destiempo, incluso algún refrán se refiere a ello: “Agua por san Juan, quita vino y no da pan”.




“Vendujes” llamaban a las escasas y poco provistas  tiendas que
había antes de la Guerra, “Ultramarinos y coloniales” lucían de forma ostentosa en la puerta después, de chiquillo aquellas palabras resultaban incomprensibles, luego en la Escuela el Maestro nos explicaba pacientemente que la primera significaba que traían productos de “mas allá del mar” y de “las colonias”, bueno lo que habían sido parte del extinto imperio colonial español, al fin y al cabo era una forma de referirse a productos exóticos para la época.”

El mostrador era como una muralla infranqueable, llamaba la atención los sacos abiertos de los que iba sacando el tendero con su cogedor metálico arroz, azúcar, lentejas, judías, por entonces no se vendía nada envasado en paquetitos como ahora. Pero curiosamente y quizá por nostalgia vemos otra vez saquitos que tratan de imitar a aquellos, incluso en alguna ocasión han aparecido las famosas sardinas “aprensá prensadas en aquellas cajas redondas de madera.
Y esa cizalla de partir el bacalao de madera y metal atornillada al mostrador, resultaba impresionante. No me extraña que para referirse a alguien que toma las decisiones importantes digamos que es “quien parte el bacalao”.
Nos llamaba mucho la atención la rapidez y la facilidad con la que el comerciante calculaba el importe la mercancía que acababa de pesar. Pero un día por una circunstancia poco corriente accedí a ver la otra cara de la báscula y descubrí el secreto, tenía una tabla muy detallada que era la que le permitía calcular tan rápidamente.
Con el paso del tiempo el mostrador casi desaparecería y los clientes podían recorrer toda la tienda eligiendo tranquilamente y cogiendo de las estanterías dentro de una amplia gama de productos aquello que les fuera interesando y echándolo al carrito o a la

cesta. Y para entonces además las básculas eran electrónicas y el lector del código de barras facilitaba mucho la tarea. El problema surge cuando se va la luz pues en ese caso nada funciona.
Ah, la luz.
Que descubrimiento más luminoso.
Sin pararnos a pensar mucho y sin darnos cuenta estamos pensando la luz eléctrica. Claro, cual, si no.
Pues sí, hubo que esperar miles de años para llegar a ella, pero como aquí no queremos pasar del centenar, nos haremos a la idea de que posiblemente a principios del siglo XX ya habría luz en el pueblo. (Eléctrica claro.) Parece ser que por los años veinte, aproximadamente, como me cuenta Bernabé, ya que su padre trabajó en la Fábrica, “Electro-harinera panificadora”. Ahí es nada. Debía contar con un motor de gasógeno acoplado a un generador y produciría suficiente energía como para su propio funcionamiento y para vender el excedente al pueblo.
Algunas casas, no todas, tenían “una luz”, una bombilla se entiende, incluso alguna tendría dos. Estas luces estaban disponibles para poder encenderse a la misma hora que el alumbrado de la calle, y lógicamente cuando éste se apagaba ya quedaba cortada la corriente hasta el anochecer.
Natural. ¿Quién iba a necesitar luz durante el día?
Yo recuerdo todavía como algo tecnológicamente avanzado y llamativo el día en que “el tío electricista”, que sería Juan María o Agustín, vino a mi casa, (hacia el año 60) a poner el contador. Eso era un gran avance, suponía que desde ese día podríamos disponer de al menos cuatro o cinco bombillas y un enchufe, ¡a cualquier hora!
Fantástico verdad. Ahora si por algún motivo, cada vez menos desde luego, “se va la luz” ponemos el grito en el cielo, aunque sea pleno día.
Pues aunque seguimos hablando coloquialmente de la luz, incluso cuando nos llega el recibo del consumo de energía eléctrica, solemos decir solamente “el recibo de la luz”, pero sin pararme aquí a enumerar electrodomésticos grandes y pequeños que están permanentemente enchufados, creo que lo que se dice en luz, en desde   luego en lo que menos electricidad empleamos.
Aquello fue teniendo consecuencia de gran importancia, una de ella fue la disminución paulatina de incendios en las casas… porque se fueron sustituyendo los candiles.






Enlazando con la electricidad habrá que mencionar el cine. Sin más comentario. Los más viejos se lo contáis a los jóvenes. No es tan difícil, al fin y al cabo en la Casa de la Cultura aún queda una máquina clásica, y en la playa algunas veces llevan otra portátil, aunque lo no se podía imaginar nadie hace no demasiados años, que un aparatejo que  cabe en la palma de la mano podríamos ver películas.
Incluso sirve el mismo artilugio para hablar por teléfono. Por cierto, el teléfono clásico llegó a Orellana el mismo años que yo, allá por el 1951, algunos número todavía siguen asignados igual, por ejemplo el de la
Guardia Civil, (13) con más cifras delante ahora.
Ha evolucionado la telefonía verdad. Entre medias ha habido avances que eran extraordinarios y han sido ampliamente superados, el fax, el télex, y el telégrafo, por ejemplo.
¿Y el plástico?
Ah, que tampoco está aquí de toda la vida. Pues no. Como el inicio químico fue en 1919, nos entra claramente dentro de este Centenario.   Conviene aclarar que la palabra “plástico” realmente se refiere a un estado de la materia en el cual pierde algunas características físicas de fuerza y resistencia, incluso algunos  de los materiales que comúnmente denominamos plásticos, técnicamente no los son.
Pero en fin, creo que nos entendemos. Así se fueron sustituyendo infinidad de cacharros y calambucos, de cerámica, de cinc, de latón, de cobre, de madera por el plástico. Era fenomenal, no se rompía tan fácilmente y servía para casi todo. Se vaciaron alacenas, estanterías, bodegas y doblaos. Qué pena verdad.
Tan lejos ha llegado la cosa a nivel mundial que por lo visto hay auténticos arrecifes de basura plástica vagando por los océanos.
Convendría decir aquí las comodísimas botellas de plásticos, aunque las reutilicemos deberíamos renovarlas periódicamente y desde luego no dejarlas al sol en el coche. Son consejos de los servicios de oncología.
Si no te importa puedes dejar esta lectura un rato y pararte a pensar lo que has visto hasta ahora, y comentarlo con alguien, podrás descubrir otros puntos de vista y otros detalles.
 También puedes echar un vista a la historia de tu propia vida, o la de tus familiares, compañeros, amigos,
vecinos, con aquello que tanto le gusta  a las emisoras de radio: ¿Dónde estaba usted el día que….? Lo que sea.
 

Hablando de radio, No sé cuándo llegaría el primero al pueblo, cuando todavía había pocos, muy pocos, después de la guerra, familiares y vecinos se reunían en casa de alguien que tuviera alguno. Escuchaban Radio Andorra, y sus discos dedicados, y desde entonces vienen anécdotas como aquella que me contaba mi suegro, de que su vecino le decía: Ignacio, por otra vez a Manolo Escobar, por ejemplo, pensando que realmente podía poner la música que quisiera. Dentro de un rato contestaba él. Claro sabía que habitualmente se pedía el mismo tipo de canciones a ciertas horas. Graciosillo verdad.
Claro, es que ahora “semoh tan moernoh” . Ya veremos dentro de diez años que nos parecen las modernuras actuales.
Si, y después de la radio, llegó la posibilidad de escuchar la música que uno quisiera en cualquier momento: el magnetófono, después el radio casete,  y más adelante el “walkman”, qué cosas, eh.
“El tío electricista” volvió a sorprendernos. Una noche de verano con la calle muy concurrida como era habitual, los vecinos de charla en las puertas, y los chiquillos subiéndonos a los carros que había en todas las calles.

Y de pronto empieza a oírse música. ¿De dónde? Cada vez más cerca. Era él, Agustín, traía una especie de pequeña caja en la mano y de allí salía la música, y voces como las de la radio. Claro, se iba formando un corro a su alrededor y él, muy ufano explicaba que aquello era un “transistor” “radio transistor”. Qué extraño, que maravilla. Pero, cómo era posible, cómo podía funcionar aquello.
Aquí hay que hacer alguna aclaración, se llamaba transistor ¿Por qué podía transitar por la calle con él?
No, claro, un transistor según nos informa el diccionario de la RAE es lo siguiente:
Del inglés transistor, acrónimo de transfer 'transferencia' y resistor 'resistencia'.
1. m. Semiconductor provisto de tres o más electrodos que sirve para rectificar y amplificar los impulsos eléctricos. Sustituye ventajosamente a las lámparas o tubos electrónicos por no requerir corriente de caldeo, por su tamaño pequeñísimo, por su robustez y por operar con voltajes pequeños y poder admitir corrientes relativamente intensas.
2. m. Radiorreceptor provisto de transistores.
Claro, por eso podía ser mucho más pequeño que los aparatos que llevaban tubos y válvulas de vacío. Esos aparatos de radio antiguos tan enormes.
Luego a su vez serían más adelante sustituidos por los circuitos integrados y otros avances en la electrónica que han permitido el desarrollo amplio de la computación.
Bueno, sin correr, que llegaron las neveras. Y hasta entonces, qué pasaba con el agua y la comida. Pues nada, lo habitual era disponer de un bote de barro cocido con capacidad para cincuenta litros aproximadamente, con su tapa de madera y su vaso de aluminio o de porcelana, sujeto en la base con el morrillo para que no volcase. Y también el botijo y el barril para el campo.

Y la comida pues en la despensa, dónde si no. El fiambre de la matanza no necesita condiciones muy especiales para su conservación. Y la leche. ¿Qué leche? Eran pocas las casas que la compraban a diario, la que repartían por la calle, se cocía y en un día no había ningún problema.

Y la carne. ¿Qué carne? La poquísima que se compraba alguna vez a la semana o menos se consumía en el día. En el puchero, cociendo en el anafre de carbón.

Paulatinamente fue entrando en gas butano en las cocinas, aunque conviene recordar que en algunos hogares se introdujo como novedad el infiernillo de petróleo, incluso alguno eléctrico de muy escasa potencia.
Entre unas cosas y otras se fueron perdiendo oficios y profesiones. Albarderos, esquiladores, urdieros, tejeros (de tejas, no tejedores), guarnicioneros, “alañaores” (esos que arreglaban los cántaros y otros utensilios con unas enormes grapas de alambre y con estaño en mitad de la calle), quincalleros, dedicados a la compraventa de quincalla (quincalla. Del fr. quincaille.1. f. Conjunto de objetos de metal, generalmente de escaso valor, como tijeras, dedales, imitaciones de joyas, etc.).
Con el tiempo las tabernas se llamarían bares, los vendujes supermercados, las herrerías derivarían en carpintería metálica, los herradores 

desaparecerían junto con los carreteros (que hacen carros, no que trabajan en las carreteras), esos eran peones camineros, que ahora son equipos de mantenimiento de vías de comunicación.
También desaparecerían  los pescadores (profesionales) aunque algo ha vuelto con el asunto del cangrejo.
Y llegados a este punto nos encontramos con el río. Curiosamente en Orellana no hay una calle con el nombre de Guadiana, pero sí hay una calle Rio, y otra Miralrío. Es que aquí el Guadiana es sencillamente “El Río”.


Así desde los años sesenta hay en su cauce una central hidráulica que produce electricidad. Y antes también. Sí, claro eran hidráulicas pero no producían electricidad, lo que hacían era moler cereales, también habría algún batan (Quizá del ár. hisp. *baṭán.1. m. Máquina generalmente hidráulica, compuesta de gruesos mazos de madera, movidos por un eje, para golpear, desengrasar y enfurtir los paños.)
Tampoco hubo puente hasta que se terminó la presa, se cruzaba el río en barca o vadeándolo, lo que suponía un riesgo evidente.

Visto con la perspectiva del tiempo a los más jóvenes les parecerá que el embalse está “de toda la vida” y que sirve básicamente para disfrutar de él en plan turístico y recreativo.
Convendría recordar que en su momento los embalses se proyectan con cuatro finalidades básicas: regulación del caudal, abastecimiento a poblaciones, riego y producción de electricidad.
Lo del uso recreativo ha surgido después. Aunque ya parece que lleve mucho tiempo. A finales de los sesenta una delegación del Ayuntamiento viajó a Madrid para tratar el asunto del Burgo Turístico, y el 3-6-72 Fraga visita Orellana para impulsar el desarrollo basado en el Cerro de la Herrería.
Quizá con lo que no contaba nadie es que a lo mejor, o a lo peor hay un meteorito incrustado en ese cerro desde la época de los dinosaurios que emite una radiación nociva y lo fastidia todo cada cierto tiempo. ¿Cómo explicar si no ese abrir y cerrar del hotel, el camping y otros negocios?
Por suerte parece que llevamos unos años seguidos disfrutando de la distinción con la Bandera Azul como playa en buenas condiciones. Ojalá dure.
Algo que nos aporta a diario el embalse y sólo nos damos cuenta cuando falta, entonces lo echamos de menos. Si me refiero al agua corriente. Las primeras conducciones se pusieron al inicio de los años sesenta por un
tramo de la avenida del Pantano y otro de la calle Corredera. Más adelante se iría poniendo en todo el pueblo. Solo se instalaba un grifo en cada casa, como las luces en su momento, luego llegaría el agua a las cocinas y se construirían los primero cuartos de baño.
Mucho antes de todo eso disponía el pueblo de tres fuentes con el agua fina de la Sierra traída desde el manantial del caño, y el acarreo a casa se hacía con un cántaro al cuadril y otro a la cabeza, o con las aguaderas en los burros, o si no se disponía de medios y tiempo se le encargaba a “Carptito” el aguador (otro oficio desaparecido).
Habría otros muchos asuntos, artilugios, costumbres y circunstancias de las que hablar, algunos cambio han sido realmente vertiginosos en los veinte últimos años. Pero desde luego un centenario da bastante de sí.
Si has leído hasta aquí y te ha resultado interesante, o al menos entretenido puedes hacerme llegar cualquier comentario, personalmente o al correo jcalzadoalmodovar@yahoo.es.
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Otros reportajes sobre el pueblo en mi canal de Youtube, y en https://www.flickr.com/
José María. Verano, 2017


(Para su publicación en le revista de la Feria de 2017)