Centenario
Fue en 1917, a raíz de unos
acontecimientos meteorológicos y la interpretación que nuestros antepasados
hicieron de ellos el origen de esta fiesta, institucionalizada a partir de
entonces.
Hoy día la información del tiempo es
el programa más seguido en todas las cadenas. A todos preocupa porque a todos
afecta, aunque no siempre nos paremos a valorar los detalles.
Cuando la economía es de subsistencia, una sola
gota de agua es vital.
Volviendo a aquel año y haciendo un
esfuerzo por entender la situación en la que se malvivía por aquellas fechas y
escuchando con atención los recuerdos de los mayores nos haremos una ligera
idea de la situación.
Tras largos meses sin llover y sin
perspectivas, el pueblo llano, con la fe del carbonero, vuelve los ojos al
cielo y pone en él su destino.
Al borde de la desesperación,
agotadas la paciencia y las posibilidades de que la siembra saliera adelante,
sacan al Cristo en procesión el día 20 de diciembre.
Dos días después, el 22, llueve, y
continúa lloviendo en abundancia.
Se recurre a las reservas de
semillas rebuscadas en los últimos rincones y se vuelve a sembrar.
El año colmó las expectativas y
sació las más elementales necesidades de la población.
Agradecidos deciden recordarlo y
celebrarlo cada año.
La normativa litúrgica establecía
que fuese el 3 de mayo o el 14 de septiembre, días en los que la iglesia
celebra dos fiestas relacionadas con la cruz, la Invención de la Santa Cruz, el
3 de mayo, y la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre. Aquí se eligió, ya vemos, el 14.
Está bien recordar ahora ese refrán
tan sabio que dice que las siestas se han de coger “Dese La Cruz hasta El
Cristo”.
Y es este Centenario sin una buena
ocasión para volver la vista atrás para ver si algo ha cambiado, que eventos se han sucedido,
incluso divagar imaginando si los acontecimiento hubieran ocurrido de otra
forma, o cómo y cuánto han influido en nuestra vida. Quizá sería buen momento
para plantearnos cuánto y cómo podemos influir nosotros en nuestra propia vida
y todo lo que se desarrolla a nuestro alrededor.
Como veíamos al principio debió ser aquel año
muy seco, y los anteriores también. No es que sea esta tierra de muchas aguas,
incluso ha habido “años malos” por exceso de lluvia o porque el agua cayó a
destiempo, incluso algún refrán se refiere a ello: “Agua por san Juan, quita
vino y no da pan”.
“Vendujes” llamaban a las escasas y poco provistas tiendas que
había antes de la Guerra,
“Ultramarinos y coloniales” lucían de forma ostentosa en la puerta después, de
chiquillo aquellas palabras resultaban incomprensibles, luego en la Escuela el
Maestro nos explicaba pacientemente que la primera significaba que traían
productos de “mas allá del mar” y de “las colonias”, bueno lo que habían sido
parte del extinto imperio colonial español, al fin y al cabo era una forma de
referirse a productos exóticos para la época.”
El mostrador era como una muralla
infranqueable, llamaba la atención los sacos abiertos de los que iba sacando el
tendero con su cogedor metálico arroz, azúcar, lentejas, judías, por entonces
no se vendía nada envasado en paquetitos como ahora. Pero curiosamente y quizá
por nostalgia vemos otra vez saquitos que tratan de imitar a aquellos, incluso
en alguna ocasión han aparecido las famosas sardinas “aprensá prensadas en
aquellas cajas redondas de madera.
Y esa cizalla de partir el bacalao
de madera y metal atornillada al mostrador, resultaba impresionante. No me
extraña que para referirse a alguien que toma las decisiones importantes
digamos que es “quien parte el bacalao”.
Nos llamaba mucho la atención la
rapidez y la facilidad con la que el comerciante calculaba el importe la
mercancía que acababa de pesar. Pero un día por una circunstancia poco
corriente accedí a ver la otra cara de la báscula y descubrí el secreto, tenía
una tabla muy detallada que era la que le permitía calcular tan rápidamente.
Con el paso del tiempo el mostrador casi
desaparecería y los clientes podían recorrer toda la tienda eligiendo
tranquilamente y cogiendo de las estanterías dentro de una amplia gama de
productos aquello que les fuera interesando y echándolo al carrito o a la
cesta. Y para entonces además las
básculas eran electrónicas y el lector del código de barras facilitaba mucho la
tarea. El problema surge cuando se va la luz pues en ese caso nada funciona.
Ah, la luz.
Que descubrimiento más luminoso.
Sin pararnos a pensar mucho y sin
darnos cuenta estamos pensando la luz eléctrica. Claro, cual, si no.
Pues sí, hubo que esperar miles de
años para llegar a ella, pero como aquí no queremos pasar del centenar, nos
haremos a la idea de que posiblemente a principios del siglo XX ya habría luz
en el pueblo. (Eléctrica claro.) Parece ser que por los años veinte,
aproximadamente, como me cuenta Bernabé, ya que su padre trabajó en la Fábrica,
“Electro-harinera
panificadora”. Ahí es nada. Debía contar con un motor de gasógeno acoplado a un
generador y produciría suficiente energía como para su propio funcionamiento y
para vender el excedente al pueblo.
Algunas casas, no todas, tenían “una
luz”, una bombilla se entiende, incluso alguna tendría dos. Estas luces estaban
disponibles para poder encenderse a la misma hora que el alumbrado de la calle,
y lógicamente cuando éste se apagaba ya quedaba cortada la corriente hasta el
anochecer.
Natural. ¿Quién iba a necesitar luz
durante el día?
Yo recuerdo todavía como algo
tecnológicamente avanzado y llamativo el día en que “el tío electricista”, que
sería Juan María o Agustín, vino a mi casa, (hacia el año 60) a poner el
contador. Eso era un gran avance, suponía que desde ese día podríamos disponer
de al menos cuatro o cinco bombillas y un enchufe, ¡a cualquier hora!
Fantástico verdad. Ahora si por
algún motivo, cada vez menos desde luego, “se va la luz” ponemos el grito en el
cielo, aunque sea pleno día.
Pues aunque seguimos hablando
coloquialmente de la luz, incluso cuando nos llega el recibo del consumo de
energía eléctrica, solemos decir solamente “el recibo de la luz”, pero sin
pararme aquí a enumerar electrodomésticos grandes y pequeños que están
permanentemente enchufados, creo que lo que se dice en luz, en desde luego en lo que menos electricidad
empleamos.
Aquello fue teniendo consecuencia de
gran importancia, una de ella fue la disminución paulatina de incendios en las
casas… porque se fueron sustituyendo los candiles.
Enlazando con la electricidad habrá
que mencionar el cine. Sin más comentario. Los más viejos se lo contáis a los
jóvenes. No es tan difícil, al fin y al cabo en la Casa de la Cultura aún queda
una máquina clásica, y en la playa algunas veces llevan otra portátil, aunque
lo no se podía imaginar nadie hace no demasiados años, que un aparatejo
que cabe en la palma de la mano
podríamos ver películas.
Incluso sirve el mismo artilugio para hablar por
teléfono. Por cierto, el teléfono clásico llegó a Orellana el mismo años que
yo, allá por el 1951, algunos número todavía siguen asignados igual, por
ejemplo el de la
Guardia Civil, (13) con más cifras
delante ahora.
Ha evolucionado la telefonía verdad.
Entre medias ha habido avances que eran extraordinarios y han sido ampliamente
superados, el fax, el télex, y el telégrafo, por ejemplo.
¿Y el plástico?
Ah, que tampoco está aquí de toda la
vida. Pues no. Como el inicio químico fue en 1919, nos entra claramente dentro
de este Centenario. Conviene aclarar
que la palabra “plástico” realmente se refiere a un estado de la materia en el
cual pierde algunas características físicas de fuerza y resistencia, incluso
algunos de los materiales que comúnmente
denominamos plásticos, técnicamente no los son.
Pero en fin, creo que nos
entendemos. Así se fueron sustituyendo infinidad de cacharros y calambucos, de
cerámica, de cinc, de latón, de cobre, de madera por el plástico. Era
fenomenal, no se rompía tan fácilmente y servía para casi todo. Se vaciaron
alacenas, estanterías, bodegas y doblaos. Qué pena verdad.
Tan lejos ha llegado la cosa a nivel
mundial que por lo visto hay auténticos arrecifes de basura plástica vagando
por los océanos.
Convendría decir aquí las
comodísimas botellas de plásticos, aunque las reutilicemos deberíamos
renovarlas periódicamente y desde luego no dejarlas al sol en el coche. Son
consejos de los servicios de oncología.
Si no te importa puedes dejar esta
lectura un rato y pararte a pensar lo que has visto hasta ahora, y comentarlo
con alguien, podrás descubrir otros puntos de vista y otros detalles.
También
puedes echar un vista a la historia de tu propia vida, o la de tus familiares,
compañeros, amigos,
vecinos, con aquello que tanto le
gusta a las emisoras de radio: ¿Dónde
estaba usted el día que….? Lo que sea.
Hablando de radio, No sé cuándo
llegaría el primero al pueblo, cuando todavía había pocos, muy pocos, después
de la guerra, familiares y vecinos se reunían en casa de alguien que tuviera
alguno. Escuchaban Radio Andorra, y sus discos dedicados, y desde entonces
vienen anécdotas como aquella que me contaba mi suegro, de que su vecino le
decía: Ignacio, por otra vez a Manolo Escobar, por ejemplo, pensando que
realmente podía poner la música que quisiera. Dentro de un rato contestaba él.
Claro sabía que habitualmente se pedía el mismo tipo de canciones a ciertas
horas. Graciosillo verdad.
Claro, es que ahora “semoh tan
moernoh” . Ya veremos dentro de diez años que nos parecen las modernuras actuales.
Si, y después de la radio, llegó la
posibilidad de escuchar la música que uno quisiera en cualquier momento: el
magnetófono, después el radio casete, y
más adelante el “walkman”, qué cosas, eh.
“El tío electricista” volvió a
sorprendernos. Una noche de verano con la calle muy concurrida como era
habitual, los vecinos de charla en las puertas, y los chiquillos subiéndonos a
los carros que había en todas las calles.
Y de pronto empieza a oírse música.
¿De dónde? Cada vez más cerca. Era él, Agustín, traía una especie de pequeña
caja en la mano y de allí salía la música, y voces como las de la radio. Claro,
se iba formando un corro a su alrededor y él, muy ufano explicaba que aquello
era un “transistor” “radio transistor”. Qué extraño, que maravilla. Pero, cómo
era posible, cómo podía funcionar aquello.
Aquí hay que hacer alguna
aclaración, se llamaba transistor ¿Por qué podía transitar por la calle con él?
No, claro, un transistor según nos
informa el diccionario de la RAE es lo siguiente:
Del inglés
transistor, acrónimo de transfer 'transferencia' y resistor 'resistencia'.
1. m.
Semiconductor provisto de tres o más electrodos que sirve para rectificar y
amplificar los impulsos eléctricos. Sustituye ventajosamente a las lámparas o
tubos electrónicos por no requerir corriente de caldeo, por su tamaño
pequeñísimo, por su robustez y por operar con voltajes pequeños y poder admitir
corrientes relativamente intensas.
2. m.
Radiorreceptor provisto de transistores.
Claro, por eso podía ser mucho más
pequeño que los aparatos que llevaban tubos y válvulas de vacío. Esos aparatos
de radio antiguos tan enormes.
Luego a su vez serían más adelante
sustituidos por los circuitos integrados y otros avances en la electrónica que
han permitido el desarrollo amplio de la computación.
Bueno, sin correr, que llegaron las
neveras. Y hasta entonces, qué pasaba con el agua y la comida. Pues nada, lo
habitual era disponer de un bote de barro cocido con capacidad para cincuenta
litros aproximadamente, con su tapa de madera y su vaso de aluminio o de
porcelana, sujeto en la base con el morrillo para que no volcase. Y también el
botijo y el barril para el campo.
Y la comida pues en la despensa,
dónde si no. El fiambre de la matanza no necesita condiciones muy especiales
para su conservación. Y la leche. ¿Qué leche? Eran pocas las casas que la
compraban a diario, la que repartían por la calle, se cocía y en un día no
había ningún problema.
Y la carne. ¿Qué carne? La poquísima
que se compraba alguna vez a la semana o menos se consumía en el día. En el
puchero, cociendo en el anafre de carbón.
Paulatinamente fue entrando en gas
butano en las cocinas, aunque conviene recordar que en algunos hogares se
introdujo como novedad el infiernillo de petróleo, incluso alguno eléctrico de
muy escasa potencia.
Entre unas cosas y otras se fueron
perdiendo oficios y profesiones. Albarderos, esquiladores, urdieros, tejeros
(de tejas, no tejedores), guarnicioneros, “alañaores” (esos que arreglaban los
cántaros y otros utensilios con unas enormes grapas de alambre y con estaño en
mitad de la calle), quincalleros, dedicados a la compraventa de quincalla (quincalla. Del fr. quincaille.1.
f. Conjunto de objetos de metal,
generalmente de escaso valor, como tijeras, dedales, imitaciones de joyas, etc.).
Con el tiempo las tabernas se llamarían bares, los
vendujes supermercados, las herrerías derivarían en carpintería metálica, los
herradores
desaparecerían junto con los
carreteros (que hacen carros, no que trabajan en las carreteras), esos eran
peones camineros, que ahora son equipos de mantenimiento de vías de
comunicación.
También desaparecerían los pescadores (profesionales) aunque algo ha
vuelto con el asunto del cangrejo.
Y llegados a este punto nos
encontramos con el río. Curiosamente en Orellana no hay una calle con el nombre
de Guadiana, pero sí hay una calle Rio, y otra Miralrío. Es que aquí el
Guadiana es sencillamente “El Río”.
Así desde los años sesenta hay en su
cauce una central hidráulica que produce electricidad. Y antes también. Sí,
claro eran hidráulicas pero no producían electricidad, lo que hacían era moler
cereales, también habría algún batan (Quizá del ár. hisp. *baṭán.1. m.
Máquina generalmente hidráulica, compuesta de gruesos mazos de madera, movidos
por un eje, para golpear, desengrasar y enfurtir los paños.)
Tampoco hubo puente hasta que se
terminó la presa, se cruzaba el río en barca o vadeándolo, lo que suponía un
riesgo evidente.
Visto con la perspectiva del tiempo
a los más jóvenes les parecerá que el embalse está “de toda la vida” y que
sirve básicamente para disfrutar de él en plan turístico y recreativo.
Convendría recordar que en su
momento los embalses se proyectan con cuatro finalidades básicas: regulación
del caudal, abastecimiento a poblaciones, riego y producción de electricidad.
Lo del uso recreativo ha surgido
después. Aunque ya parece que lleve mucho tiempo. A finales de los sesenta una
delegación del Ayuntamiento viajó a Madrid para tratar el asunto del Burgo
Turístico, y el 3-6-72 Fraga visita Orellana para impulsar el desarrollo basado
en el Cerro de la Herrería.
Quizá con lo que no contaba nadie es
que a lo mejor, o a lo peor hay un meteorito incrustado en ese cerro desde la
época de los dinosaurios que emite una radiación nociva y lo fastidia todo cada
cierto tiempo. ¿Cómo explicar si no ese abrir y cerrar del hotel, el camping y
otros negocios?
Por suerte parece que llevamos unos
años seguidos disfrutando de la distinción con la Bandera Azul como playa en
buenas condiciones. Ojalá dure.
Algo que nos aporta a diario el embalse y sólo nos
damos cuenta cuando falta, entonces lo echamos de menos. Si me refiero al agua
corriente. Las primeras conducciones se pusieron al inicio de los años sesenta
por un
tramo de la avenida del Pantano y
otro de la calle Corredera. Más adelante se iría poniendo en todo el pueblo.
Solo se instalaba un grifo en cada casa, como las luces en su momento, luego
llegaría el agua a las cocinas y se construirían los primero cuartos de baño.
Mucho antes de todo eso disponía el
pueblo de tres fuentes con el agua fina de la Sierra traída desde el manantial
del caño, y el acarreo a casa se hacía con un cántaro al cuadril y otro a la
cabeza, o con las aguaderas en los burros, o si no se disponía de medios y
tiempo se le encargaba a “Carptito” el aguador (otro oficio desaparecido).
Habría otros muchos asuntos,
artilugios, costumbres y circunstancias de las que hablar, algunos cambio han
sido realmente vertiginosos en los veinte últimos años. Pero desde luego un
centenario da bastante de sí.
Si has leído hasta aquí y te ha
resultado interesante, o al menos entretenido puedes hacerme llegar cualquier
comentario, personalmente o al correo jcalzadoalmodovar@yahoo.es.
Este artículo y otros estarán
disponibles en:
José
María. Verano, 2017
(Para su publicación en le revista de la Feria de 2017)