viernes, 19 de septiembre de 2014

Dos espadas de fuego.



Dos espadas de fuego

(siguiendo con los escritos de mi padre)

En las primeras elecciones del cambio democrático fue un cambio tan brusco y más para un pueblo sin experiencia comparándolo con otros países más desarrollados.
Pues no es de extrañar que oyésemos o dijéramos cosas sin sentido.
Estaba yo tan tranquilo contemplando los nidos de las cigüeñas de la torre sin meterme con nadie. Había mucha gente en la plaza, y sin más ni más, alguien me voceó desde lejos:
-Rafael, me han dicho que tu mujer y tú habéis votado a los socialistas.
-Y a mí me han dicho que tú has votado a los comunistas.
-¿Quién yo?
-A mí me lo han dicho.
-¿Y quién te lo ha dicho?
-¿Y a ti, quién te lo ha dicho?
Me daba vergüenza ajena andar a voces en la calle como los muchachos chicos.
Aquello no me quitaba el sueño. Ojalá hubiese sido ese el problema más gordo que yo haya tenido en la vida.
Pero desde luego hay que ver que poco cuidado tenemos en controlarnos la lengua. Cuánto daño hacemos sin darnos cuenta. ¿O dándonos?
Empezando porque yo no tengo que consultar a nadie a quien debería votar, porque ya soy mayorcito, o eso es lo que me creo. Además quien sabe a quién voto si ni lo digo ni lo pregunto.
Creo eso será cuenta de cada uno, y si el sobre va cerrado y no se clarea, como hay gente que vea tanto y sea tan “lista” que ya sabe con lo que voy a soñar pasado mañana.
Volviendo a lo de “a mí me han dicho” hay veces que ni viendo las cosas se pueden creer. En la despensa de mi casa andaban unos ratones que roían todo lo que pillaban. Pusimos una ratonera con un trocito de queso como cebo. A la mañana siguiente cayó el primer lirón. ¡Qué raro es esto! Un lirón con dos rabos. Yo nunca había visto un ratón con dos rabos, pero no fiándome de mí, se lo dije a mi nuera, a mi hijo y a mi mujer. Mirad, les dije, para que no me digáis que me sueño las cosas: un ratón con dos rabos.
Está claro dijeron todos, el ratón tiene dos rabos.
Pero, al aflojar la ratonera y tirar de los dos rabos salieron dos lirones. Se habían entallado los dos roedores a coger el cebo y sólo se veía un lirón.
Para que sepamos que ni viendo las cosas se pueden creer. Como para vocearle a un tío en medio de la plaza con un “a mí me han dicho”.
Con razón dice Miguel Delibes, me he pasado la mitad de la vida luchando con mentes enfermas.
Yo creo que deberíamos preocuparnos de los que no quieren trabajar, a ver de dónde les viene lo que se comen. Que a mí me han caído muchas gotas de sudor en la tierra desde que tenía once años.
Este mundo nos le hemos encontrado así, y así seguiremos por los siglos de los siglos. Porque si hubiese habido solución, desde que el hombre puso los pies sobre la tierra ya habría  tenido tiempo para que nos hubiéramos corregido.
Yo desde un pequeño pueblo de Extremadura comparándolo con el resto del mundo, qué es lo que yo puedo saber de la vida. Pero también digo que basta con la experiencia de cada cual para darnos cuenta de cómo funciona este mundo.
El recuerdo más desagradable y más amargo de mi vida por causa de las lenguas, no sé en realidad la edad que yo tendría, pero no mucho más de tres o cuatro años. Lo recuerdo perfectamente como si hubiese ocurrido ayer mañana. Mi madre estaba enferma en la cama. Llevaba varios días enferma supongo. A mí me faltaba el calor y el cariño de mi madre y me pasaba las horas alrededor de su cama esperando una caricia suya. 


Una mujer, imposible recordar quién sería, llegó a visitarla. Yo estaba allí, pegado a la cama, y sin poder tener idea de la gravedad de la enfermedad de mi madre.


Pero recuerdo el dolor y el desgarro que me produjeron las palabras de aquella mujer, tan faltas de la más mínima delicadeza y consideración.
“Josefa, te mueres”
Con mi corta edad aquellas palabras restallaron como un látigo en mis oídos hiriendo profundamente mi alma el resto de mi vida, y tengo ya más de noventa años.
Desde entonces sé que el alma existe, porque me lo dice cada vez que lo recuerdo.
Rompí a llorar una pena inmensa, terrible. Yo sabía muy bien por lo que lloraba.
Aquella mujer y mi madre, sin poder siquiera imaginarlo se preguntaban: ¿Por qué llora  este niño? ¿Y ese llanto a qué viene?
Aquel recuerdo me hace pensar de lo pequeño que yo sería, que ni mi madre, ni la otra mujer descubrieron el disgusto que yo tenía porque creían que yo era ingenuo e inocente ante aquella situación y que por mi niñez no habría captado el sentido de aquellas palabras.
Traspasaron mi pequeño corazón dos espadas de fuego. Así, cuando alguien me voceó desde lejos con un “a mí me han dicho” en medio de la plaza, aquellas palabras llegaban un poco tardías porque mi alma y mi corazón estaban saturados con unos recuerdo y unas heridas muy amargas desde que apenas tenía uso de razón.

Mi madre vivió hasta los ochenta y dos años.

De estas cosas que yo os cuento
¡han pasado tantos años!
que la experiencia es testigo,
y también los desengaños.

Porque la vida es así,
difícil, tan embustera,
que hay más lágrimas  que hieren
que rosas en primavera.

Un mundo que no comprendo.
Lo bonito que sería
que a los niños cuando nazcan
no les falte la alegría.

Porque son seres humanos
porque nos les falte el pan,
para que puedan vivir
En un mundo que haya paz.