martes, 12 de julio de 2011

Amanecerá

Amanecerá.
Después de una cena frugal, uncimos la yunta al carro. La “Morita”, una mula dócil, de pelo castaño oscuro, una alzada de un metro setenta, lista y cariñosa. Llevaba en la casa un año más que yo, pues mi padre la había comprado al casarse, de esto pasaban a penas nueve o diez años. El mulo más nervioso, más alto, de pelo ligeramente más clarito, era fuerte, de nervios acerado y un tanto esquivo.
La mula siempre a la monta, el lado izquierdo, el mulo al vareo, el lado derecho. Encajados los cuellos de ambos animales en el yugo atamos firmemente los fiadores, esas sogas gruesas y fuertes que pasan por debajo de las mulas para que el carro no se caiga hacia atrás. Casos se han dado en que eso ha ocurrido en una cuesta empinada por exceso de carga o por mal estado de las sogas.
Salíamos del pueblo por la que ahora llaman Avenida del Pantano, antes un camino, lleno de polvo y estercoloras a los lados. El carro tenía un característico “cante” el repiqueteo como de campanas que producen las cañoneras de hierro fundido sobre el eje macizo. Si el carretero hizo un buen trabajo ese repiqueteo dará fe de ello pues estará, lo que se dice bien apuntado.
La luna llena de mayo alumbraba con esa luz blanquecina como de plata brillante que no hace lucir el color de los objetos pero que te permite ver fácilmente por donde andas, sobre todo si vas por sitios conocidos.
Nuestra mente tiende a recomponer los datos que faltan, intuye los obstáculos, identifica las márgenes del camino y te tranquiliza sobre todo el instinto animal, las parsimonia con la que la yunta recorre ese camino tan trillado, que te permite ir en el pértigo, dejárlas solas, a su libre albedrío, nada más tienes que silbarlas para que sepan que sigues ahí, con ellas en la tarea cotidiana.
Por el camino de la sierra llegamos hasta los Almajanos en un tiempo que nadie se molestó en calcular. Simplemente el tiempo habitual. El desplazamiento de la Osa Mayor, tan conocida, nos iba indicando las horas. No buscamos una medida del tiempo sólo una ligera referencia.
La tarea prevista era empezar a segar temprano, con la fresca. Al llegar orientamos el carro de modo que el relente gallego que soplama como brisa suave no molestase demasiado. Dormiríamos vestidos, sobre el carro para evitar los alacranes y otros bichos. Arropados con una manta. De fondo los buhos, mochuelos, lechuzas, y los grillos metálicos que las mulas llevaban atados a sus patas delanteras eran el fondo habitual, conocido, de sosiego.
Un fondo que te permitía dormir tranquílamente, pero con puntito de alerta semiinconsciente por si resoplaban las mulas o su grillos se agitaban. Podían espantanse por alguna culebre o si olfateaban un lobo o una zorra. No era habitual ya por esas fechas el robo de mulas, pero siempre era de temer esa posibilidad.
Pasadas las horas alguna ráfaga de viente obligaba a removerte y arrebujarte en la manta. De reojo mirabas al cielo y calculabas mentalmente entre sueños cuánto habían corrido las estrellas. Casiopea, La Osa Menor, incluso Orión mirando al sur te daban una referencia de la hora que podría ser. Pero no importaba, volvías a tratar de dormir.
Ya llegaría el día.
El día siempre llega. Siempre es un día nuevo. Completamente distinto a cualquier otro.
Amanecerá…